domingo, 31 de mayo de 2015

Diarios de la tarde noche, a eso de las 19:37.

            Se deseó a si mismo fuera de aquel lugar tan recóndito, fuera de aquel tiempo en los que los segundos tanto pesaban, resultaba realmente una tarea meticulosa y difícil poder llegar a contarlos. Se imaginó a si mismo alejado. En cualquier lugar de la ciudad tomando una fría cerveza a la cálida luz del sol que iluminaba la época estival. Se encontraba contra la espada y la pared, o mejor especificado, la espalda contra la pared y frente a él todo aquel ejercito de rumanos que trabajaban para él. Evidentemente se habían confundido de hombre pero no habría forma ni manera alguna de explicárselo, era más fácil convencer a un rinoceronte de que intentase practicar el hula-hop, a que aquellos hombres tan tatuados y llenos de cicatrices escuchasen lo que tenía yo tenía que decirles. Estaba hasta el jodido cuello de mierda y no parecía que  hubiese optativa: O cantaba algo de lo que no tenía ni la más remota idea o aquellos tíos tan duros harían de mí picadillo que venderían a la mañana siguiente en cualquier esquina del barrio chino a cualquier confiada señora a ofertas especiales de los miércoles.

            Entonces entró él. Sonrisa truncada, gafas de sol tan oscuras como para emitir un destello, corbata granate con rombos, un resplandeciente traje blanco de seda y un enorme sombrero -del mismo color- del que quedaba sostenido un naipe francés. El nueve de diamantes. Una gran piel de zorro como la de las películas de mafiosos de Harlem colgaba sobre su cuello -más tarde gracias a mi amistad con Jessy descubriría que ese hombre se trataba de alguien conocido como El Nueve de Diamantes-. Tal nombre le vino a raíz de que eliminase a los nueve más grandes e importantes del tráfico de armas y estupefacientes de la ciudad en una gran cena de celebración a la que los había invitado con ánimo de reconciliación. La traición le costó el poder; otorgándose a sí tal nombre que a mi parecer me sorprendió y merecía tras semejante matanza.
       -No es él.

      -Pero Nueve; corresponde a la descripción que nos dio. 

      Un gran frío inundó la abandonada sala.