lunes, 14 de julio de 2014

Huellas de mi ciudad.

        Entre en el tumulto y el barullo de este centro de salud público no hay manera de que alguien consiga concentrarse en la situación que se está viviendo. Señoras que despilfarran el tiempo con comentarios burlescos absurdos y con conversaciones de personajes públicos decadentes. Niños que lloran deseando salir de ese lugar con olores tan estériles y químicos. Eustaquio quedó con Kevin para ir con el balón, y ahora sabe que no acudirá a su cita por la aglomeración de gente que no ha entrado todavía y que en la lista de espera tenían citas estipuladas previamente a la suya. El entorno es claro y frío; azulejos grises con una pequeña franja verde a media altura. Colores tranquilos que ocultan los nervios de familiares tras esas azules puertas de madera. Una enfermera grita un nombre, más tarde otro, y así sucesivamente durante el tiempo en el que transcurre su jornada. Para estar enfermos o tener algún tipo de preocupación clínica; la gran parte no lo aparenta -me autosugestiono perdiendo cada vez un poco más los hilos morales-. Un teléfono suena mientras leo el cartel de "Gracias por apagar sus teléfonos". Un hombre mayor responde a voces y pienso que puede ser algún familiar cercano por la conversación que mantienen. Han nombrado algo acerca del médico y de su poca prisa por trabajar. También algo sobre la comida familiar del Sábado. Tercera edad que colapsa la sanidad. Pierdo los papeles. Llevo probablemente unas 60 páginas más de las que había calculado leer durante la estancia y un psicoanálisis meticuloso hasta de las manchas de los zapatos de tacón rojo que porta esa señora del vestido de rayas blancas y negras con escote y cadenilla de oro.
        Nada se mueve, todo transcurre y mi turno ha llegado.
        El zumo está en su punto, las vitaminas se oxidan con el contacto directo del aire, pero yo doy un muy fuerte trago. El ardiente café humea, asoció ese hecho con las ganas de fumar. En esta cafetería hay demasiadas malas caras. Quizás han recibido en ese maldito centro de salud malas noticias por parte de algún doctor insensible. También hay gente normal que toma su café a dispensas de la soledad y la monotonía, se observa en sus gestos repetidos y calculados. La camarera no atiende al anciano hombre que ya no le queda voz, está distraída con un SmartPhone y el servicio de mensajería instantánea. Yo sigo sin poder concertarme; es extraño que no pueda hacerlo,  éste es el tipo de sitios en los que puedo concentrarme sin problemas y aún así me encuentro nervioso. Mi estómago es el estrecho de Bering en la última glaciación que se derrite con cada sorbo de ardiente café. Creo que las analíticas no me adelantaran ninguna nueva. La pesadez física que me ciega viene dada en función a las patologías psíquicas que probablemente sufra. Nada es incurable para estos chamanes del Subtrópico de Cáncer.


lunes, 7 de julio de 2014

De cómo la muerte se convirtió en La Obra.

¿Y qué es el recuerdo? A veces lo vemos muy claro, se nos presenta con evidencia ante nuestros ojos cerrados. Suele traernos sensaciones; acompañadas de arduos escalofríos o de tenues alegrías. Un sinfín de situaciones temporales proyectadas en los Yelmo Cineplex de nuestras pupilas. Mundos reflejados que escapan de lo presente y lo cotidiano. Tan alejados de lo terreno como utopías arquitectónicas renacentistas. Un pensamiento circular te atrapa; viajas con él, viajas sobre él. Es como recorrerte a ti mismo en globo a lo largo de 80 días. Sendas exóticas que explorar en busca de lo que crees haber experimentado. Lugares tan desconocidos para el individuo como para la Geografía más desarrollada. Arqueólogos en una intensa búsqueda infinita a través de Google Earth. Hallas ese algo; ese algo que te inunda por completo y te hace suspirar. Se detiene.  Suspiras como lo haría un cardiólogo frente a esa operación tan arriesgada y en ese instante -sólo podría  ser en ese instante-, te encuentras. No sabes dónde ni cómo pero estás por completo sumergido en el océano de tus emociones. Resulta ser un paraje oscuro pero tú lo aprecias con claridad. Es la verde esperanza de los bosques al alcance de tus delicadas y frías yemas. Un acceso directo al panel de control y al historial de búsquedas clandestinas personales.  

Pausadamente se regresa, se reconoce lo observado y se profundiza en lo asociado. Jamás existió la clarividencia hasta en ese momento en el que pozo todo se sumerge y vislumbra de en función a lo tan claro.