jueves, 27 de marzo de 2014

Razones por la identidad.

El mundo es cuadrado. Las nubes negras, con grietas. El mar rojo, de hielo. El cielo se encuentra bajo mis pies. Estoy alterado y camino de forma turbulenta como si buscase a alguien  en concreto entre todos los viandantes de este paseo de playa. Mármoles con formas geométricas y colores me aturden.  Muchas terrazas llenas de personas que al mi pasar me escanean reconociéndome y extrañándose. Algún ojo curioso se desliza a través de las gafas para observarme sin cristales por medio. No me veo en la facultad de identificar ninguno de los rostros. Todos parecen ser demasiado similares como para distinguirlos. Cuestiono la posibilidad de si algo en mi físico desconcierta a la multitud. Observándome, no hallo respuesta. Le sigo buscando. ¿A quién? ¿A quién? ¿A quién? No hallo respuesta; el miedo inunda mis entrañas. Mi nerviosismo aumenta de manera progresiva. La señora del vestido verde escotado me ha lanzado un guiño que debía reconocer. El sabueso británico del hombre del sombrero de leopardo persigue con la mirada la pelota con la que el embutido niño juega. El horizonte y el mar son un solo órgano. Una mano que se dirige hacia la misma dirección que yo, se posa con suavidad y delicadeza sobre mi hombro. Para mi sorpresa, un hombre rubio mayor, me ofrece un paquete envuelto en papel marrón atado con dos lazos marineros. Me insiste en que no lo abra. Robin me preguntará por él y tendré que dárselo. Camina hacia detrás sin apartar la mirada de mis ojos. Esa mirada más oscura que la última línea del mar. La incertidumbre aumenta por cada paso que doy. Un nombre por lo menos: Robin. ¿Quién es Robin? ¿Quién es Robin? ¿Quién es Robin?...

                El abrirlo o no, solo supone un debate moral y circunstancial. Pues yo sé que no me pertenece. Además, Robin probablemente conozca el peculiar lazo del viejo ario. Miradas, familiaridad en miradas. Nerviosismo. ¿A quién busco? ¿A quién coño buscaba?, que extraño todo. Entre la multitud, sonrisas y expresiones me agobian. No entiendo como he llegado hasta este lugar. No conozco nada. Conozco todo, pero no identifico nada. Robin, Robin, Robin. ¿Dónde está Robin? Pero… ¿Quién es Robin? ¿Existe Robin? ¿Es invención del viejo ario? Me encuentro aturdido y cansado, necesito un trago. El color del agua sigue siendo el mismo; que sorpresa. El líquido insípido me sacia y me deja observar mí alrededor. Todo el mundo finge un papel, de eso estoy seguro. Nadie es quien es, todos son quienes son. Robin, Robin, Robin, me repito una y otra vez. Un cenicero de acero inoxidable humeante hace compañía al paquete marrón encima de la barra.  Lo observo. Lo observo. No se mueve. El humo si lo hace. Mí mirada también y Robin no lo sé. La calle ha cambiado su apariencia. Ahora la playa se encuentra sumergida en el acuario de una gran tormenta, como mi cabeza en este estético paseo. La gente utiliza paraguas como mecanismo de defensa contra el agua. Cada vez resulta más difícil ver el rostro de los caminantes. Cada vez están más tapados. Cada vez veo más difícil encontrar a Robin. Robin, Robin, Robin ¿Cuándo llegaré a mi destino? ¿Existe si quiera la persona que busco? La lluvia me moja, pero no tengo esa sensación. La lluvia choca contra la nuca del horizonte. Sonrío por primera vez. No tengo miedo. La templanza nunca fue mi virtud. Una señora que pide dinero clava su mirada en mis ojos. Me penetra. Me folla. Me dejo follar. Mi paso es lento y constante. Un cigarrillo calienta mi pecho. ¿Y Robin? ¿Y Robin? ¿Y Robin? Necesito encontrarle, necesito darle el paquete del bolsillo. No puede ser, ¡está vacío! Saco de nuevo fuego de mi bolsillo. Un mechero brillante y dorado. Nunca antes lo había visto. Enciendo otro pitillo. En él, una inscripción en letra curvada y mayúscula, recita: ROBIN, ROBIN, ROBIN.

Huellas de mi ciudad.

                Entre las 14:21 y las 15:13 del Martes 23 de Marzo, Martin y Jonhy Walker se encuentran sentados en una de las mesas en la conocida hamburguesería Peggy´s Sue saboreando una magnífica hamburguesa de Carne Norteamericana Angus, mientras conversan por los negocios familiares de su difunto padre. Jonhatan Walker murió a la edad de los 69 años de cáncer de pulmón sin dejar clara su herencia que no había sido poca. Desde joven, acumuló bienes y capitales gracias únicamente a su intelecto para las finanzas. Pues cuándo empezó; apenas tenía medios para llevar a cabo un pequeño negocio de Cafés rápidos que velozmente fue en auge gracias a su simpatía y sus conocimientos neo-liberales. Smith y David Ricardo. Jonhy Walker está dispuesto a llegar lejos para defender su superioridad filial respecto a Martin. Incluso habla de su nombre, diminutivo de Jonhatan. También es el mayor. Martin ha dedicado más tiempo a las empresas, pero ése no es recurso para Jonhy pues teóricamente le han dedicado el mismo tiempo aunque ambos saben que no. Jonhy resalta su superioridad económica. Martín sus facultades humanistas. Jonhy presume de sus contactos, Martin habla de su familia. El dilema es insoluble y para ellos irresoluble. La resolución evidente y lejana, muy lejana. Entre esos vínculos genéticos dista la infinidad del baile de la armonía fraternal. "Si por lo menos Papá hubiera dejado algo por escrito, pero es que siempre el cabrón creando conflicto". Aquí se produce un punto de inflexión clave para el entendimiento de la discusión familiar. Martín vuelve a bajar la cabeza y piensa en que su padre a pesar de lo estricto y decimonónico que era: siempre sufrió por ellos. Su hermano nunca fue consciente y por lo visto continuaba en las mismas tras esos años de distanciamiento. Recordó como la pelota azul y roja nunca llegó a rodar por su cuarto La resolución final al conflicto viene de los cinco dedos de la Justicia Nacional, en la C/ General Castaños; Nº1.


viernes, 21 de marzo de 2014

          No hace más de algunas semanas, meses quizá ya: la mancha crece. El pozo petrolífero de sus ideas no ha dejado de supurar y buscar una refinería dónde abrillantarse y pulirse a posteriori. Entre las lineas del suelo lo encuentra y el sabor lo halla cada mañana en su champú Hacendado. Huevos rotos y migas de pan duro. No pose trompas con las que acercarse al perfume, ni tampoco mecanismos que vayan mas allá de los sentidos que todos poseemos. Se ha acostado a dormir cerca de las 03:13 y desea no despertar en toda la noche de sus extractos diarios oníricos.  En su reproductor de audio Window Multimedia Player suena Matthew Herbert -One Pig.

domingo, 16 de marzo de 2014

Huellas de mi ciudad.

        Entre viejas torres de ordenador y viejas impresoras con colores que nos llevan al pasado; duerme él. Despierta cada mañana con un Brick de Biofrutas Tropical que se encarga cada tarde de comprar y añadir a su frigorífico antes de dar por concluida la jornada. Pasa largas horas desentrañando antiguos aparatos electrónicos. Conoce el interior de móviles Siemens. Conoce el secreto de por qué esta empresa dejó de fabricarlos. Faxes Sony antiguos y placas base desmenbradas. Televisores Nokia retirados y Radios Fujfilm que algún día retransmitieron programas que alguien escuchó con atención. Registra cada lugar de la Web como si allí hubiese olvidado algo y buscase recuperarlo. No pestañea mientras desliza el ratón por la almohadilla. Esa flecha se desplaza por el escritorio en busca de información. Cualquier documentación puede ser utilizada para comprender un poco mejor los sistemas de telecomunicaciones virtuales y digitales del S.XXI. Busca, busca. Resistencias y Leds. Noches y Flexos. Rastreando foros lo ha hallado: El vídeo que andaba buscando desde hacía tanto tiempo y que no esperaba para nada. Llega como un choque de realidad desde la Deep-Web. Un cáncer virtual. Un peso del que no será demasiado fácil librarse. En la base de datos de cierta empresa mexicana dedicada al tráfico de armas muestran vídeos de como ciertos capos de un Cartel de Ciudad de Juarez prueban su mercancía armamentística con decenas de inocentes. A él, no le supone excesivo esfuerzo emocional ver esa serie de proyecciones pero al final de la reproducción hay alguna extraña sensación que le inquieta. Su ordenador se bloquea durante varios segundos y su mente queda tan en blanco como su computadora. A4 ante un escritor frustrado. Vuelve a la realidad, cierra la pestaña desde el servidor Onion y  estira su mano derecha hasta la caja de herramientas metálica color azul. Extrae un destornillador y se levanta con dirección al último disco duro externo que está desguazando. La chatarrería electrónica y yo -se dice para sí-.

          Han pasado tres noches y dos mañanas y el Brick verde se encuentra vacío junto a la lamparita de inspiración barroca y el cenicero de cristal impoluto. Alguien toca a la puerta con dos golpes secos y fuertes. Tres segundos de espera y tres golpes más fuertes. ¡Interpol! ¡Abra la puerta!

Las hojas de Dionisio


sábado, 15 de marzo de 2014



         En los muros de la ciudad se ven cientos de pequeños adhesivos que nos evocan a ciertas redes sociales. En concreto, a los muros virtuales de FaceBook. Rótulos en los que aparecen escritos nombres de personajes y personas que a todos nos suenan o conocemos. Mensajes directos e indirectos. Comentarios satíricos y sinceros. Nos confirman su asistencia a eventos y comentan las imágenes subidas entre ellos. Se dejan mensajes en los muros y alguien se está tomando la molestia de plasmarlo en nuestros paseos salmantinos... 

viernes, 14 de marzo de 2014

Huellas de mi ciudad.

         Los dos hombres se miran una última vez antes de cometer la perversidad que han tramado apenas cinco minutos antes. Se encuentran agachados cogiendo las hachas de mano que vende la tienda Whin-su al precio de 3,75. Hay cinco o seis y se encuentran en un cesto azul de plástico entre los destornilladores y los paquetes de tornillos. Van a atracar a los dueños chinos con  su propia mercancía comercial. Los dos hombres se miran una última vez antes de cometer la perversidad que han tramado apenas cinco minutos antes. Las hachas no están excesivamente afiladas, pero el acero forjado del gran monstruo asiático es más que suficiente como para intimidar a un dependiente cualquiera. Los dos hombres desean sus papelas y para ello están dispuestos a llegar a dónde sea -siempre y cuando uno de los dos no pierda el hilo conductor y acabe escapándosele la situación de las manos-. Están dispuestos a ello. Avanzan por el pasillo de los post-it, los cuadernos y los rotuladores permanentes. Subrayadores con colores fosforescentes y cuadernos de ortografía rubio. El primero de ellos esconde el hacha tras su espalda, sosteniéndola con la mano derecha mientras que el detrás -más deteriorado por el excesivo consumo- deja su hacha colgando al poder la gravedad con su mano izquierda. Su cabeza queda también a la merced de la ley de Newton. Se ve inclinada, caída, pesada. La lógica como complemento de playa. En el interior del mostrador de cristal se guardan relojes de pulsera digitales y con agujas que no dejan de girar mostrando un sinfín de direcciones para la pobre inconsciencia de los toxicómanos. Sobre el mostrador de cristal se encuentra la caja registradora y tras ella, el joven dependiente asiático. Se dirigen hacía él. Al lado del inmaduro chino con corte de pelo inspirado en el manga, se sienta una señora -también asiática- viendo en un viejo televisor alguna emisión oriental pasada. El hacha se acerca hasta el mostrador y el toxicómano de atrás grita como un desposesido que se les entregue la pasta. No hay reacción mínima por parte del dependiente. Parece acostumbrado a este tipo de situaciones. Dos enfermos psíquicos con síndrome de abstinencia sujetando dos hachas frente a él y apenas parpadea o duda. La señora asiática que observa el televisor, levanta su mirada y observa a los dos hombres por encima de sus minúsculas lentes sin mostrar tampoco ningún tipo de pavor. La única que parece sentirlo, es una señora de mediana edad que sostiene una bolsa de la compra  y en la otra mano un recogedor color verde. Sus gritos inquietan a los hombres de las hachas. El primero de ellos, decide tomar como rehén a la mujer a fin de evitar el escándalo. Es el momento en el que el dependiente aprovecha para agacharse de manera veloz. El segundo de los hombres, siempre menos hábil, lanza un hachazo que impacta directamente sobre la cresta encefálica del asiático abriendo su cabeza como si de una naranja para zumo se tratase. ¡Corre! ¡Corre! Los dos hombres se ven correr avenida abajo como dos gacelas perseguidas por su cazador , chocando con todo tipo de viandantes. En una de las calles que atraviesan la avenida de manera perpendicular, un Clio Azul choca con el segundo de los hombres alejándolo varios metros desde el origen del impacto. Un brazo queda atrapado bajo su espalda durante la caída y el hombro emite un chasquido que indica un drástico desencaje articular. Tales son los nervios que impulsándose en el brazo todavía operativo se levanta. El brazo cuelga formando una U invertida. El codo se mueve en función de la dinámica y la gravedad.  Arranca a correr mientras el otro toxicómano ya se aleja de la escena del accidente. Se dirigen al mismo lugar: Calle Marqués de Lomes, Nº 35-41

jueves, 13 de marzo de 2014

          En las brillantes pupilas dilatadas por el continuo abuso de la medicación anti-psicótica se reflejaban parpadeantes recuerdos. Recuerdos que había ido tejiendo como un sastre lo hubiese hecho con varios retales de estampados diferentes. Se inventaba el orden. Cómo colocarlos; y cómo adaptarlos al archivo que suponía su deteriorada memoria. Gafas de sol, despertadores, lapiceros Alpino de colores, abrigos antiguos de 3/4, Cómics de Marvel, platos de cocina de latón,...  Recordaba el brillo de sus ojos, y sus pupilas lo emitían con un destello semejante al de las luciérnagas en las noches del oscuro pantano. Fotogramas de Super 8 recorrían sus pupilas. Veía densos bosques de Eucalipto, vio Varsovia tras la 2º Guerra Mundial y seguidamente la gran Trilogía de Tolstoy sintetizada en una magnífica imagen. Las cajas de madera que había reciclado aquella mañana en el mercado: no tenían valor. No sabía que meter en ellas. Todo estaba tan desordenado que nunca sabría por dónde empezar. Y ahí estaban esas cajas recicladas frente a sus ojos. Las cajas de los ojos.