En las brillantes pupilas
dilatadas por el continuo abuso de la medicación anti-psicótica se reflejaban
parpadeantes recuerdos. Recuerdos que había ido tejiendo como un sastre lo
hubiese hecho con varios retales de estampados diferentes. Se inventaba el orden. Cómo
colocarlos; y cómo adaptarlos al archivo que suponía su deteriorada memoria.
Gafas de sol, despertadores, lapiceros Alpino de colores, abrigos antiguos de
3/4, Cómics de Marvel, platos de cocina de latón,... Recordaba el brillo
de sus ojos, y sus pupilas lo emitían con un destello semejante al de las
luciérnagas en las noches del oscuro pantano. Fotogramas de Super 8 recorrían
sus pupilas. Veía densos bosques de Eucalipto, vio Varsovia tras la 2º Guerra
Mundial y seguidamente la gran Trilogía de Tolstoy sintetizada en una magnífica
imagen. Las cajas de madera que había reciclado aquella mañana en el mercado:
no tenían valor. No sabía que meter en ellas. Todo estaba tan desordenado que
nunca sabría por dónde empezar. Y ahí estaban esas cajas recicladas frente a
sus ojos. Las cajas de los ojos.