jueves, 13 de marzo de 2014

          En las brillantes pupilas dilatadas por el continuo abuso de la medicación anti-psicótica se reflejaban parpadeantes recuerdos. Recuerdos que había ido tejiendo como un sastre lo hubiese hecho con varios retales de estampados diferentes. Se inventaba el orden. Cómo colocarlos; y cómo adaptarlos al archivo que suponía su deteriorada memoria. Gafas de sol, despertadores, lapiceros Alpino de colores, abrigos antiguos de 3/4, Cómics de Marvel, platos de cocina de latón,...  Recordaba el brillo de sus ojos, y sus pupilas lo emitían con un destello semejante al de las luciérnagas en las noches del oscuro pantano. Fotogramas de Super 8 recorrían sus pupilas. Veía densos bosques de Eucalipto, vio Varsovia tras la 2º Guerra Mundial y seguidamente la gran Trilogía de Tolstoy sintetizada en una magnífica imagen. Las cajas de madera que había reciclado aquella mañana en el mercado: no tenían valor. No sabía que meter en ellas. Todo estaba tan desordenado que nunca sabría por dónde empezar. Y ahí estaban esas cajas recicladas frente a sus ojos. Las cajas de los ojos.